El siguiente texto está dedicado a mi terruño, donde un grupo de danzantes recorren las calles de San Sebastián del sur, a ellos mi admiración hoy y siempre.
Tambor que suena para el rito a las afueras del Támesis tambor bor bor que suena para los últimos defensores del Amazonas tambor bor bor para la calle Shicotencatl donde güeros y morenos bailan por un santo italiano cuyas flechas atravesaron milenios imperiales tambor bor bor para los Dinka mientras se bañan del rojo más puro tambor bor bor en las artes marciales bor bor en las embarazadas bor bor en cientos de barcos vikingos tambor bor bor en las baterías dobles en los conciertos sin techo y al aire firme porque así transpiramos juntos en la percusión absoluta porque así reímos mejor calcinados bajo las estrellas
Es un poema breve que me remite a todas las culturas nativas y su conexión con la tierra, esa conexión a lo primigenio que hay que aprender a preservar y defender ante el paso de los días. La naturaleza, la cultura, el valor de las creencias y la fe de las personas es algo que el cuerpo percibe sin necesidad de palabras, ya que es como un alimento que se vive, se siente, se palpita y le da fuerza a eso que algunos místicos llaman espíritu.
Soy de un pueblo lleno de tradiciones que se mantienen gracias al fervor de su gente, donde un hombre o un niño a mitad de la calle se retuerce como lagartija y donde los cohetes retumban el cielo para decirle al cosmos dónde estamos y hacia dónde nos dirigimos.
Soy de un pueblo donde los faroles son esa luz que nos guía hasta el amanecer y los sonidos de la fe se mezclan con la multitud, una comitiva conformada por San Sebastián Mártir, su trono y su guardia; las coloradas: niñas, adolescentes, jóvenes, madres y abuelas que cantan o rezan según sea lo apropiado, y además, hay que sumar a los músicos jóvenes y viejos que tocan el tambor y la chirimía dándole ritmo y vida a una velada suprema, casi siempre divididos en tres grupos debido a la cantidad de personas y a la extensión del contingente, quienes acompañan al trono van mesurados y solemnes, quienes siguen o son guías en las filas son los tololos, aquellos abuelos, padres, jóvenes y niños que con sus faroles avanzan y arengan en medio de la noche.
Soy de un pueblo que sabe adorar y dar gracias a San Sebastián Peregrino. Soy de un pueblo que se entrega en sus pozoles, panecitos y canelas en cada visita, porque la bendiciones son para todos, así como el menudo y los castillos humeantes, el santo que alegra y conforta. Soy de un pueblo que entrega su sudor y su esfuerzo como ofrenda. Un pueblo que baila o danza por las calles mientras arden muy lejos otros cuerpos celestes, y las filas se convierten en un círculo donde un hombre se vuelve un reptil, y gira y se retuerce, y hace el amago de morir, para que la chirimía acelere la melodía y el tambor nos de vida, esa vida que es como un fuego que nos recorre enteros, esa vida de lagartijas que anhelan tener alas y ser felices, ya sea con una botella de mezcal o con un hogar y una familia a donde llegar y con quien compartir lo mejor y lo peor de nuestros días.
Soy de un pueblo que es como tantos rostros de América, un rostro que mezcla lo prehispánico con lo europeo, lo español con lo árabe, lo romano con lo nahua y lo indio con lo gabacho. Un rostro de fe y de memoria, de alegría y de futuro. Un rostro lleno de presente.
Soy de San Sebastián del sur, municipio de Gómez Farías.
Este es el #cantaverso del 2025
Larga vida a ustedes y al rockarol
Gracias por estar acá.
¡Auuuuuuuuuu!